Ante los espíritus agoreros, que gustan de proclamar a los cuatro vientos que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina, yo esgrimo las hojas de los calendarios, pues ellas son la prueba irrefutable de que existen los días venideros: están ahí, con marcial disciplina, aguardando su particular momento de gloria; esas dulces veinticuatro horas de protagonismo absoluto.
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